En el mundo de los combustibles fósiles existe un error que hace tambalear el tinglado desarrollado desde hace muchas décadas por grandes corporaciones y Gobiernos que ven amenazados su statu.
Resulta que este complejo entramado de intereses ha sido fundado sobre la abundancia económica en un recurso, que por propia definición es finito.
Esta circunstancia nos lleva a vivir en una inestabilidad permanente, y atormentados por la espada de Damocles que nos han hecho creer que es el fin del petróleo, del carbón o de cualquiera de los combustibles fósiles que usamos y de los que depende nuestro voraz estilo de vida.
Y parece que este miedo inculcado no nos deja ver los daños para nuestra salud y para el medio ambiente que supone la liberación del carbono atrapado (tan sabiamente por la Naturaleza) en los combustibles fósiles.
Si el único final posible para un recurso finito es acabarse, el discurso de la escasez y la crisis que traerá consigo, es la piedra de toque de los que manejan el negocio energético.
La ansiedad que nos genera esta futura (e inevitable) crisis da pie a que aceptemos decisiones y comportamientos de dudosa ética por parte de nuestra clase política o de los oligarcas que manejan los mercados actuales de la energía.
Nos referimos a decisiones como extraer hidrocarburos en reservas naturales únicas por su biodiversidad, presencia militar en países claves para el mercado fósil, o anteponer beneficios económicos a las posibilidades de sobrevivir en nuestra civilización (es el caso de la tan mencionada pobreza energética)
No podemos dejar pasar la oportunidad de mencionar la ausencia de competencia real para el usuario final. Los combustibles que consumimos los ciudadanos suben al unísono por parte de todos los operadores. Lo que es una verdad a gritos se tapa de manera habitual por gobiernos de cualquier color.
Las bajadas en la materia prima tardan de manera injustificable en trasladarse al consumidor. Las subidas, por el contrario, lo hacen de manera prácticamente instantánea. Dejaremos para otra ocasión el juego al que nos someten con las monedas de compra y venta empleadas en el mercado energético.
Para aquellos lectores que quieran entender los entresijos de cómo funciona el negocio de la energía, no se pueden olvidar del juego de la escasez / abundancia y de las crisis que provocan.
Gracias a este mecanismo tan depurado, la industria petrolera internacional (formada por Gobiernos y corporaciones privadas) ha conseguido acumular este poder desmesurado al que cuesta tanto oponerse.
En nuestra opinión, está cada día más cerca la (re)evolución en el negocio de la energía (a la que se alude con el eufemismo de transición energética) en el que se van a sustituir las fuentes energéticas exclusivas, mercantilizables, geográficamente localizadas y finitas, por las energías de fuentes renovables y por un consumo responsable materializado en prácticas ecoeficientes.
¿Podemos sostener nuestro modelo energético?
NO. No le vamos a dar más vueltas, nuestro modelo energético actual es insostenible. Y también lo es nuestro estilo de vida ligado a él. Esto lo dejamos aquí para reflexión de nuestro amigos ecointeligentes.
Pero, ¿cuál sería un modelo energético sostenible? Podemos decir que sería aquel caracterizado por unos patrones de producción y consumo que compatibilizaran el desarrollo económico, social y ambiental, satisfaciendo las necesidades energéticas de las generaciones presentes sin comprometer las posibilidades de las generaciones futuras para atender sus propias necesidades.
Tres elementos deben concurrir para que el modelo sea sostenible. Léase:
- Seguridad energética: tiene que garantizar la continuidad del suministro a los consumidores a precios razonables
- Competitividad: no debe suponer un peligro para la competitividad de la economía y su crecimiento
- Sostenibilidad medioambiental: la producción y el consumo de energía deben suponer un impacto asumible para nuestro entorno
El sector energético es el responsable del 80% de las emisiones de gases de efecto invernadero
Nuestro modelo energético actual se caracteriza por un crecimiento constante del consumo energético, basado en recursos finitos de origen fósil. Según las previsiones de la Agencia Internacional de la Energía (AIE), la demanda mundial de energía primaria crecerá a un ritmo anual del 1,5% hasta 2030, predominando el uso de los combustibles fósiles, que representará el 80% de la energía consumida en esa fecha.
Ahora vamos a estudiar la insostenibilidad desde sus 3 vertientes:
En cuanto a la sostenibilidad económica, es destacable que una economía basada en el consumo de recursos energéticos fósiles finitos verá comprometida su competitividad ante el previsible crecimiento al alza que experimentarán los precios de las materias primas energéticas. También hay que considerar los riesgos de interrupción del suministro ante eventuales situaciones de diversa índole, como las que afectan a varios países de la Unión Europea, provocadas por el conflicto entre Rusia y Ucrania.
Por el lado de los criterios medioambientales, la evolución del consumo energético del escenario de referencia implica un incremento de las emisiones de Gases de Efecto Invernadero (GEI) muy superior al necesario para alcanzar el escenario 450 ppm, cuyo objetivo es limitar el incremento de la temperatura a 2º C. Sabemos que existe consenso nivel internacional sobre la necesidad de reducir las emisiones globales al menos un 50% en 2050 frente a los niveles de 1990 para evitar un incremento de temperatura superior al mencionado.
Desde el punto de vista social, el modelo energético actual impide el acceso a formas avanzadas de energía, como es la principalmente electricidad, a 2.000 millones de personas, dificultando el desarrollo humano y el potencial de crecimiento económico futuro de esta parte de la Humanidad.
Centrándonos en las soluciones, éstas pasan por reducir la dependencia de la economía de los combustibles fósiles y las emisiones de GEI. Para ello existen fundamentalmente 2 grandes bloques de medidas:
- Relativas a la demanda: consisten en actuaciones encaminadas a mejorar la eficiencia energética en los usos finales, reduciendo el consumo energético en iluminación, calefacción y refrigeración, desplazamientos …
- Relativas a la oferta: consiste en la implantación de tecnologías que permitan la descarbonización del mix energético, siendo esencial el fomento de las energías renovables y de la captura y almacenamiento de CO2 (CAC)
En todos los análisis, la eficiencia energética se considera la principal medida para afrontar los retos del modelo energético desde el punto de vista de la demanda, estimando la AIE que alrededor del 60% de la reducción de emisiones de GEI necesaria en el horizonte 2020 para alcanzar el escenario 450 ppm proviene de las medidas de eficiencia en usos finales.
Junto a la eficiencia energética, el segundo bloque de medidas más importante y que destaca dentro de las soluciones de oferta, consiste en la promoción de energías renovables, que supondría cerca de un 20% de la mitigación de emisiones para 2020, muy en línea con los objetivos 20/20/20 de la UE.
¿Piensas que podemos continuar con nuestro modelo energético?
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